La división del Imperio
Teodosio (año 379-395), emperador de origen español, enrola a cuarenta mil visigodos y se convierte en el único amo del imperio romano. Estas levas le sirvieron para aplacar muchos de los inminentes desórdenes civiles que se sucedían en el imperio que se derrumbaba sin remedio. Varios actos caracterizaron el gobierno de Teodosio.
Suprime la vieja religión romana, prohíbe los sacrificios, cierra o destruye los templos, ordena extinguir el fuego de Vesta (1). El cristianismo se convierte en la religión oficial e impone el domingo como día de descanso obligatorio.
Al ver que las rivalidades se multiplicaban entre las autoridades de Milán y de Constantinopla, el emperador Teodosio, antes de morir, divide el imperio entre sus dos hijos. El mayor, Arcadio, de 18 años, reinará desde Constantinopla sobre Oriente. El menor, Honorio, de 11 años, desde Milán sobre Occidente. A partir de este momento (año 395), nada queda del inmenso poderío romano que por cientos de años dominó el mundo conocido. Desde la fundación de Roma entre los años 758 aC y 728 aC (el más probable es el año 753 aC), la creación del imperio, hasta el año 395.
Ampliemos someramente
Es útil aclarar que Teodosio fue un gran político y estratega que logró contener a duras penas la marea germana. Varias de sus estrategias fueron pactando con los invasores, cediéndoles las provincias del Danubio y encargándoles a ellos mismos la defensa de la nueva frontera mediante un subsidio anual. De esta manera solucionó momentáneamente la situación.
Teodosio fue el último emperador romano que reinó sobre todo el mundo conquistado y por su gobierno mereció que se lo llamara “el Grande”.
Muchas otras veces el Imperio Romano había sufrido fracturas, pero esta vez la división resultó decisiva y culminante. La unidad del imperio se había quebrado para siempre y este gran acontecimiento marcó el fin de los “Tiempos Antiguos” y el comienzo de la Edad Media.
A partir de ese momento (395), los dos imperios seguirán muy distintos caminos. El occidental, continuará su decadencia desmoronándose inexorablemente por las nuevas y persistentes invasiones de los germanos, hasta su definitiva disolución en el año 476. Cada uno de sus “pedazos” constituirá un Estado independiente de la nueva Europa.
El Oriental, por el contrario, con Constantinopla como capital, sobrevivirá todavía más de mil años cumpliendo una misión crucial: servir como escudo protector a la joven Europa contra las potencias asiáticas, y además, conservar la cultura greco-romana durante toda la Edad Media extendiéndola a otros pueblos europeos como los eslavos. Esta cultura será transmitida eficazmente al Mundo Moderno a los comienzos del Renacimiento.
Roma dejó un legado
En el entramado de la historia todos los nodos son importantes pero no todos poseen la misma intensidad o presión histórica. Se puede afirmar sin pérdida de generalidad que el punto que le tocó a Roma en la red de hechos históricos fue el que desencadenó la suerte de todos los pueblos de raza blanca (llamémosles grupo étnico blanco para no entrar en conflictos conocidos). En rigor de verdad, los romanos no fueron los auténticos creadores, pero sí excelentes organizadores: a ellos se debe la sistematización del Derecho y de las Ciencias Políticas, lo que les permitió mantener durante siglos su imperio. Fueron, cosa no menor, muy respetuosos con las culturas que conquistaban y generalmente (o siempre, según el autor) fusionaban sus creencias con las de sus pueblos conquistados. Seguramente este respeto por las culturas de los países sojuzgados fue tomado de las grandes conquistas de Grecia.
En el ocaso del imperio no se perdieron estos valores. Todo lo contrario, aquí fue cuando adquirieron mayor difusión al ser asimilados estos valores culturales por los nuevos pueblos europeos, de modo que la “romanidad” siguió siendo la rectora supernumeraria durante toda la Edad Media
(1) El fuego sagrado de Vesta, quien en la mitología romana era la diosa de la tierra , del fuego y del humo, era central en la piedad romana. Durante siglos, hubo una llama eterna que ardía en el Templo de Vesta en el Foro romano. Según Dionisio de Halicarnaso, los romanos creían que el fuego estaba íntimamente vinculado con la fortuna de la ciudad y se veía en su extinción como la premonición de un desastre.
Fuente: Wikipedia y bibliografía de historia antigua variada
Fuente: Wikipedia y bibliografía de historia antigua variada
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